Ella llega y no pregunta si es bienvenida... visita la casa
del pobre y del rico, del intelectual y el analfabeto, sube por las escaleras
de mármol del palacio real, llega a los suburbios de la ciudad buscando al
indigente, camina por los largos pasillos de los hospitales, pero también llega
donde hay fiesta y baile, se pasea en el campo de batalla, va a la casa de los
gobernantes y a la del ciudadano común…se instala en el trafico de la gran
urbe, va al desierto y a la montaña, visita la casa de la abundancia y la de
la escasez…ella no conoce de credos, ni de razas ni colores…viene por el niño,
el joven o el anciano.
Cuantas veces quisiéramos extender las manos para
detenerla, ni siquiera nos gusta hablar
de “ella” pero es inevitable; porque ella es parte de la vida, tan cierto que
hemos nacido, como tan cierto que un día dejaremos de ser, somos como la hierba
del campo que por la mañana esta y a la tarde desapareció.
San Pablo nos dice de “ella”: ¡La muerte ha sido destruida!
¿Dónde esta ahora su victoria? ¿Dónde esta su poder para herirnos? Gracias a
Dios que por medio de nuestro Señor Jesucristo podemos vencer. Dios
cambiara estos cuerpos nuestros que
mueren y se destruyen, por cuerpos que vivirán para siempre.
Ella ya fue vencida, ya no habrá muerte, ni habrá mas
llanto, ni clamor, ni dolor porque esas cosas pasaron. Dios destruirá para
siempre el poder de la muerte.
Ese día se dirá: “Ahí esta nuestro Dios, en El confiamos” y
nos salvo.