Harapiento,
sucio, maloliente, con hambre, andaba deambulando sin rumbo fijo.
En esas
condiciones no era fácil encontrar algún trabajo; quien iba a querer emplearlo
viendo su estado.
En poco
tiempo se había quedado sin dinero, sin amigos, aquella ropa fina y elegante
que un día lucio, se había convertido en trapos sucios, ni una moneda en sus
bolsillos tan siquiera para comprar un poco de pan. Casi sin darse cuenta fue a
parar a una casa de campo y allí lo mandaron a cuidar unos cerdos: como deseaba
comer lo que esos animales tenían en su boca.
¿Cómo había
podido llegar a semejante estado? Comenzó a recordar la hermosa casa que había
dejado, la abundancia de comida, el buen confort, el amor de su padre, su
hermano. Se preguntaba como se le ocurrió esa loca idea de pedirle a su padre
la parte de los bienes que le correspondía, e irse a recorrer el mundo y “disfrutar”,
pero todo eso pronto termino y allí estaba en el chiquero pensando que los
sirvientes de su padre estaban en mejores condiciones que las de el.
Voy a
regresar a la casa de papa-pensó-si no me quiere recibir como hijo le voy a
pedir que me acepte como a un criado. Y allá se dirigió.
Arrastrando
los pies, tomo el camino de vuelta a la casa, su padre que todos los días salía a ver si ese hijo querido regresaba; lo reconoció, corrió a
recibirlo, lo abrazo, lo beso y preparo una gran fiesta para celebrar.
Que lastima
perdió parte de su vida por una decisión equivocada.
Cuantas
veces igual que este joven, tenemos en la mano una buena familia, un bienestar
y por esas ideas que se cruzan en la mente, queremos un cambio, porque tal vez
la rutina nos cansa, nos agobia, nos asfixia, queremos probar nuevas
experiencias.
El querer
alejarnos de Dios y hacer lo que a nosotros nos parece, nos va a traer
consecuencias.
El rey
David dice en uno de sus salmos: La ley de Dios es perfecta, y nos da nueva
vida. Sus mandamientos son dignos de confianza pues dan sabiduría. Las normas
de Dios son rectas y alegran el corazón. Sus “mandamientos” son puros y nos dan
sabiduría. Nadie puede darse cuenta de los errores que comete. ¡Perdóname Dios mío,
los pecados que cometo sin darme cuenta! ¡Líbrame del orgullo! ¡No dejes que me
domine! Líbrame de la desobediencia para no pecar contra Ti.
Busquemos
la dirección de Dios para no equivocarnos en nuestras decisiones.
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