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lunes, 28 de noviembre de 2016

Le decían Lorenza cuento corto por Mary Romero, premiado en tercer lugar por Escritores Argentinos.

La llamaban la loca Lorenza, decían que era rara, ausente, perdida, como que vivía en otro mundo.

La veían salir temprano en la mañana a sacar el perro, a comprar algunos víveres y luego pasaba el día encerrada en su casa. Algunos niños traviesos del vecindario tocaban el timbre y salían corriendo, le tiraban piedras al frente de su casa, o le gritaban “loca, loca”, pero ella ni se percataba de ellos, de la puerta para afuera no tenia ninguna relación, su mundo era pequeño, solamente su modesta casa del barrio de Flores.

Los vecinos mas antiguos del barrio contaban que Lorenza, mas de sesenta años atrás, había sido una muchacha hermosa, de cabellos dorados y ojos color cielo, de muy jovencita había perdido a sus padres, a pesar de criarse sola estudiaba un profesorado en idiomas, y fue allí en uno de los pasillos de la casa de altos estudios conoció a Gregory un profesor de francés, pronto se enamoraron y comenzaron a relacionarse, nació un apasionado amor.  Solían verlos tomados de las manos haciendo largas caminatas por el Rosedal, luego el comenzó a frecuentar su casa. Lorenza todas las tardes a las cinco ya tenia la sala preparada, los candelabros encendidos, el mantel de puntillas de encaje, las servilletas y las dos tazas de te de porcelana inglesa, disfrutaban de ese amor, horas y horas.
Un tiempo mas adelante ella se dio cuenta que la salud de el iba desmejorando, lo veía pálido y delgado, y por mas que fueron a los mejores médicos y que hizo todos los tratamientos que le indicaron, en pocos meses una cruel enfermedad se llevo la vida de su amado.
 Ya Lorenza no fue la misma, comenzó a ausentarse a las clases, se aparto del círculo de amigos, se fue apagando esa sonrisa de sus labios, sus ojos brillantes ahora se veían opacos. Se quedo en el tiempo y así eligió vivir, se negó al mañana y vivía en el ayer, la soledad pasó a ser su amiga, su confidente, una compañía inseparable. Pasaron los meses y los años pero su mente se detuvo en esas tardes románticas junto a Gregory, en esas palabras que aun susurraban en sus oídos:”palomita amada, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz, tu voz es dulce, tu rostro bello, eres hermosa amada mía, desde que me miraste mi corazón te pertenece, es tuyo desde que lo envolviste entre los hilos de tu collar”.
Las persianas de la casa estaban todo el día cerradas, pero algo que llamaba la atención de los vecinos era, que todas las tardes a las cinco la casa parecía que volvía a vivir,  a través de un visillo la veían a Lorenza encender los candelabros, poner el mantel de puntillas de encaje, las servilletas y las dos tazas de te de porcelana inglesa, su rostro volvía a iluminarse, sus ojos brillaban nuevamente y reía, reía, bailaba y bailaba.  Por eso la llamaban “la loca Lorenza”.

Así pasaba los días, meses y años, aunque su cuerpo se iba desgastando, y su figura se iba debilitando...  ella era feliz, feliz, inmensamente feliz… todas las tardes a las cinco.

               

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