Cuento corto seleccionado en el 22
Certamen Internacional de Poesía y Cuento.
“Yoli” por María de los Ángeles Romero
Colocó
el diploma sobre el escritorio y dijo: -“Aquí lo tienes papa, es tuyo”- dio
media vuelta y salió de la suntuosa oficina. El padre lo abrió y leyó: “Facultad
de Derecho…Universidad y el Decano de la Facultad, considerando que Yolanda
Adela Martínez natural de Chivilcoy Pcia. De Buenos Aires ha aprobado los
cursos respectivos… por tanto…le expiden el Título de: Abogada”… Esa fue la última mañana que vio a su hija.
Unos
años atrás la joven Yoli se enamoro de un muchacho…el cadete de la prestigiosa
empresa en donde su padre era el mayor accionista, fue un amor correspondido,
se veían a la hora de la siesta cuando todo el pueblo descansaba; sus
encuentros eran en la pintoresca plaza “España”, entre las pérgolas florecidas,
la fuente y los bancos de azulejos importados, pasaban bellos momentos,
proyectaban el futuro juntos, se veían unidos llegando a la vejez… con hijos,
nietos y una hermosa familia… llenos de amor en una sencilla y modesta casa… proyectos y
más proyectos… sueños y más sueños…hasta… que don Eleuterio Martínez se
entero...
El señor
Martínez (como lo llamaban sus empleados) puso el grito en el cielo, era
imposible que su hija una muchacha con clase, de alta sociedad, con un futuro
brillante, se relacione con un simple cadete, hijo de madre soltera, sin ningún
porvenir a simple vista. No soportaría los rumores de la aristocracia en las
reuniones, tampoco las curiosas miradas de esas señoras coquetas de grandes
sombreros, ni las preguntas de los
señores vestidos de frac…Tenía que separar para siempre a los enamorados… Y la
oportunidad llegó, cuando Yoli terminó los estudios secundarios. La inscribió en la Facultad de Derecho de la ciudad
de Buenos Aires, inútiles fueron los ruegos de la madre implorando que tenga
compasión, como dejar a una muchacha tan joven ir a vivir sola a la gran ciudad.
El señor Martínez no escucho, se mantuvo firme con su dura decisión. Y allá se fue Yoli, en pocos años finalizó con
éxito la carrera de derecho.
Pero después de aquella mañana en la que colocó el diploma sobre el escritorio; no
supieron más nada de ella. Comenzó la búsqueda; por tierra y por mar…rastreando
cada lugar y cada rincón; todo con resultado negativo, la desesperación de los
padres iba en aumento; cuando la justicia interrogo a Juan Carlos (el cadete) la respuesta fue
simple, “no se nada”.
Pasaron
varios meses hasta que un día el cartero dejó un sobre en el buzón de la casa
de los Martínez, el remitente era de la ciudad de Córdoba (Argentina)
“Monasterio San José de las Carmelitas Descalzas”. “! No puede ser!” decía el señor
Martínez; con sus manos temblorosas
sostenía el sobre… la misiva decía que Yolanda
Adela Martínez había iniciado el
noviciado hasta el día que tome los hábitos, (con voluntad propia) como Monja
de clausura.
Rápidamente
el matrimonio Martínez viajo a la
capital de Córdoba convencidos que
hablando con su hija la harían retraer de sus actos. Para sorpresa de ellos las
autoridades del Monasterio, explicaron que las “novicias” tenían un año a
prueba, luego de ese tiempo podían desistir o tomar los hábitos, realizaban una
ceremonia en una nave principal del Monasterio. Los Martínez regresaron a
Chivilcoy sin ver a su hija, solo vieron su delgada figura detrás de una puerta
de grueso cristal. Todo ese año enviaron cartas
a Yoli sin saber si las leería, tampoco sabían si consumiría las provisiones
que semanalmente despachaban en las encomiendas. Un año vivieron con la
esperanza de ver entrar por el recibidor de la casa a su hija; eso jamás pasó.
La madre
se encerró dentro de las paredes de su casa, nunca más salió de ella; hasta el
día que falleció, se comentaba en el pueblo que murió de tristeza; el padre se
retiro de la vida social, las reuniones que asistía eran solo de trabajo; pasaba horas encerrado en su oficina, en la
pared detrás del escritorio colgaba un diploma: “Abogada Yolanda Adela Martínez”.
Yoli
cambió su nombre, su ropa, sus hábitos, las costumbres, no usaba calzado en sus
pies, solamente bebía agua, consumía las verduras del huerto que con sus
compañeras cultivaban, siempre el mismo plato, la misma taza, el mismo vaso; se
quedo detrás de esos anchos muros, de esas rejas… como Monja de Clausura; ahí
quedó con las penitencias, entre plegarias y rezos, fue una más de las
“Carmelitas Descalzas, del Monasterio San José” en la provincia de
Córdoba.
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